Buenas
La dorada luz del amanecer se colaba por la desgastada cortina de la habitación de Rifor, un joven entrenador de dieciséis años. Arrugó los párpados para bloquear la luz, pero al ver que daría resultado, terminó por levantarse. Cambió su remera vieja y shorts por un pantalón negro, una camisa verde oscura y una pulsera en cada muñeca. Bajó las escaleras de su casa y allí se encontró con su madre; esta le saludó y lo abrazó, todavía en desacuerdo con que se fuera de viaje. Él desayunó una leche con cereal, tomó su mochila y la pokebola de su fiel amiga, Roselia. En la televisión pasaban un informe sobre un pokémon que poseía color rojo y un tamaño mediano.
-Ya es el décimo cuarto avistamiento de este extraño pokémon, y a partir de los datos hemos deducido que su ruta sigue hacia el sur, pero no estamos seguros de nada. Recuerden llamar al número que aparece en la pantalla si llegan a verlo- Decía un hombre de lentes y traje con corbata.
Rif no le prestó mucha atención y le prometió a su madre que la llamaría de vez en cuando con su nuevo PokéNav y la mantendría al tanto de su situación y progresos. Algo nostálgico por la despedida, pero a la vez emocionado por el comienzo de un posible gran viaje, cruzó el umbral de su casa y se volteó una última vez para saludar a su progenitora con la mano. Caminó un par de metros, la vegetación comenzó a crecer y los árboles a aparecer, dando comienzo a la ruta 101. No estaba del todo seguro sobre qué debía hacer en ese momento, así que comenzó a caminar esperando encontrarse con algo interesante. Sus cálidos ojos caoba rojizo recorrían la zona llena de vegetación en busca de una criatura que le interesase, aunque no estaba obteniendo resultado. Algo decepcionado, extrajo a su amiga de su receptáculo metálico para por lo menos tener algo de compañía, le estaba resultando más aburrido de lo que esperaba. El camino estaba completamente vacío, ni siquiera veía personas en el lugar como para batallar o ya sea hablar; se sentó en el suelo y le indicó a su compañera que hiciera lo mismo, al parecer tenía pensado esperar a que algo pasara, sin ganas de buscar algo por si mismo.
Luego de unos minutos, divisó una mata de pelos grises entre la hierba; emocionado de que al fin pasase algo, se levantó de un salto y corrió hasta la baja vegetación para ver a la criatura. Tomó con la mano la mata gris, y el pokémon le mordió el brazo, ya que le había apretado la cola, dejándolo completamente a la vista; era un pokémon pequeño, de colores grises claros y oscuros, con la anatomía parecida a la de un cachorro. Rif le pegó en la cabeza para que le soltara el brazo junto con un alarido. El perro retrocedió y se puso en guardia, dispuesto a batallar; Rif, frotándose el brazo, envió a su compañera a pelear, dándole una orden:
-Rose, ¡utiliza picotazo venenoso!-
El humanoide juntó las rosas de sus manos al frente suyo, y comenzó a lanzar pequeñas astillas violetas que volaban a gran velocidad contra su oponente; en el último momento, el salvaje saltó en el aire, esquivando el venenoso ataque. El enemigo corrió a gran velocidad e impactó de lleno contra Roselia, tomándola desprevenida. Él estaba un poco molesto por el hecho de que el ataque de su pokémon había fallado, pero no el de su enemigo; se quedó pensando un momento y luego le dio otra orden, esta vez un poco más compleja.
-A ver, primero utiliza paralizador, tratando de que el polvo llegue a sus vías respiratorias. Una vez que eso haya pasado, utiliza absorber para recuperar tus fuerzas y herirlo- Dijo un poco más tranquilo.
El pokémon elevó sus rozas sobre su cabeza y, riendo, comenzó a agitarlas, dejando una estela de un polvo amarillo anaranjado en el aire, para así ser transportado y esparcido por el viento. El perro no sabía que hacer, y para cuando se quiso dar cuenta ya era tarde para tratar de esquivar; respiró el polvo y perdió la movilidad, estaba completamente paralizado. Luego de eso, el pokémon rosa lanzó un pequeño rayo de luz verde, que fue absorbido por su enemigo. Seguido, comenzó a perder fuerzas y energía, que se sumó a la de Roselia. La batalla dio un giro brusco y Rifor pasó a tener todas las de ganar, lo que hizo que se le dibujara una sonrisa en la cara. De pronto, algo pasó volando sobre sus cabezas, y se estrelló entre unos árboles. El joven tomó a su pokémon y corrió hacia el lugar, algo intrigado por lo que podía llegar a ser, pero también se encontraba un poco asustado, tal vez había alguien muy herido. Al llegar a la zona del impacto, vio a una chica tirada en el suelo, con cabellos color granate y ropas blancas. Luego de unos segundos, se dirigió hacia ella, y se arrodilló a su lado. La sacudió un poco para que despertase, pero no sucedió nada; con miedo a que no volviera, la sacudió más fuerte, y en ese momento pudo ver una gran y amplia herida en su omóplato derecho. Ella abrió mínimamente sus ojos amarillos llenos de lágrimas, y solo pudo decir una cosa antes de desmayarse. “Ayúdame”.
Prólogo
La dorada luz del amanecer se colaba por la desgastada cortina de la habitación de Rifor, un joven entrenador de dieciséis años. Arrugó los párpados para bloquear la luz, pero al ver que daría resultado, terminó por levantarse. Cambió su remera vieja y shorts por un pantalón negro, una camisa verde oscura y una pulsera en cada muñeca. Bajó las escaleras de su casa y allí se encontró con su madre; esta le saludó y lo abrazó, todavía en desacuerdo con que se fuera de viaje. Él desayunó una leche con cereal, tomó su mochila y la pokebola de su fiel amiga, Roselia. En la televisión pasaban un informe sobre un pokémon que poseía color rojo y un tamaño mediano.
-Ya es el décimo cuarto avistamiento de este extraño pokémon, y a partir de los datos hemos deducido que su ruta sigue hacia el sur, pero no estamos seguros de nada. Recuerden llamar al número que aparece en la pantalla si llegan a verlo- Decía un hombre de lentes y traje con corbata.
Rif no le prestó mucha atención y le prometió a su madre que la llamaría de vez en cuando con su nuevo PokéNav y la mantendría al tanto de su situación y progresos. Algo nostálgico por la despedida, pero a la vez emocionado por el comienzo de un posible gran viaje, cruzó el umbral de su casa y se volteó una última vez para saludar a su progenitora con la mano. Caminó un par de metros, la vegetación comenzó a crecer y los árboles a aparecer, dando comienzo a la ruta 101. No estaba del todo seguro sobre qué debía hacer en ese momento, así que comenzó a caminar esperando encontrarse con algo interesante. Sus cálidos ojos caoba rojizo recorrían la zona llena de vegetación en busca de una criatura que le interesase, aunque no estaba obteniendo resultado. Algo decepcionado, extrajo a su amiga de su receptáculo metálico para por lo menos tener algo de compañía, le estaba resultando más aburrido de lo que esperaba. El camino estaba completamente vacío, ni siquiera veía personas en el lugar como para batallar o ya sea hablar; se sentó en el suelo y le indicó a su compañera que hiciera lo mismo, al parecer tenía pensado esperar a que algo pasara, sin ganas de buscar algo por si mismo.
Luego de unos minutos, divisó una mata de pelos grises entre la hierba; emocionado de que al fin pasase algo, se levantó de un salto y corrió hasta la baja vegetación para ver a la criatura. Tomó con la mano la mata gris, y el pokémon le mordió el brazo, ya que le había apretado la cola, dejándolo completamente a la vista; era un pokémon pequeño, de colores grises claros y oscuros, con la anatomía parecida a la de un cachorro. Rif le pegó en la cabeza para que le soltara el brazo junto con un alarido. El perro retrocedió y se puso en guardia, dispuesto a batallar; Rif, frotándose el brazo, envió a su compañera a pelear, dándole una orden:
-Rose, ¡utiliza picotazo venenoso!-
El humanoide juntó las rosas de sus manos al frente suyo, y comenzó a lanzar pequeñas astillas violetas que volaban a gran velocidad contra su oponente; en el último momento, el salvaje saltó en el aire, esquivando el venenoso ataque. El enemigo corrió a gran velocidad e impactó de lleno contra Roselia, tomándola desprevenida. Él estaba un poco molesto por el hecho de que el ataque de su pokémon había fallado, pero no el de su enemigo; se quedó pensando un momento y luego le dio otra orden, esta vez un poco más compleja.
-A ver, primero utiliza paralizador, tratando de que el polvo llegue a sus vías respiratorias. Una vez que eso haya pasado, utiliza absorber para recuperar tus fuerzas y herirlo- Dijo un poco más tranquilo.
El pokémon elevó sus rozas sobre su cabeza y, riendo, comenzó a agitarlas, dejando una estela de un polvo amarillo anaranjado en el aire, para así ser transportado y esparcido por el viento. El perro no sabía que hacer, y para cuando se quiso dar cuenta ya era tarde para tratar de esquivar; respiró el polvo y perdió la movilidad, estaba completamente paralizado. Luego de eso, el pokémon rosa lanzó un pequeño rayo de luz verde, que fue absorbido por su enemigo. Seguido, comenzó a perder fuerzas y energía, que se sumó a la de Roselia. La batalla dio un giro brusco y Rifor pasó a tener todas las de ganar, lo que hizo que se le dibujara una sonrisa en la cara. De pronto, algo pasó volando sobre sus cabezas, y se estrelló entre unos árboles. El joven tomó a su pokémon y corrió hacia el lugar, algo intrigado por lo que podía llegar a ser, pero también se encontraba un poco asustado, tal vez había alguien muy herido. Al llegar a la zona del impacto, vio a una chica tirada en el suelo, con cabellos color granate y ropas blancas. Luego de unos segundos, se dirigió hacia ella, y se arrodilló a su lado. La sacudió un poco para que despertase, pero no sucedió nada; con miedo a que no volviera, la sacudió más fuerte, y en ese momento pudo ver una gran y amplia herida en su omóplato derecho. Ella abrió mínimamente sus ojos amarillos llenos de lágrimas, y solo pudo decir una cosa antes de desmayarse. “Ayúdame”.